-Estás muy callada, ¿qué te pasa?- preguntó Antoine como si quisiera destapar a Enseen al airear las sábanas de raso beige.
-He visto cómo te sonreía. No soy tonta Antoine.
-Ingrid siempre sonríe a mucha gente, mi niña. No seas boba.
-Pues conmigo no lo hace, parece como si tuviera lástima de mí. Alguna razón podrá tener, ¿no?
-Anda, ¡qué razón va a tener!, vamos a dormir y no le des más vueltas.
Enseen concilió el sueño con mucha dificultad. Antes tuvo que repasar, uno a uno, cada segundo de la cena con Ingrid y Sammy. Un puzzle repleto de lecturas entre líneas y miradas cómplices, pensó ella. Pasada media hora y ya plenamente dormida, Enseen cogió el teléfono y llamó a Ingrid para espetarle:
-Deja a mi marido en paz si no quieres que te persiga toda la vida en sueños, zorra inmoral.- Enseen vocalizó las dos últimas palabras como si las quisiera dejar grabadas en la almohada con los labios.
-Tu marido no te quiere cateta, a ver si te enteras de una vez. Mira, pregúntaselo que ahí lo tienes.-dijo Ingrid desafiante.
Antoine entró en el sueño, se levantó de la cama y puso su mano en el pecho diciendo con una madurez impropia de él: -No quiero a nadie. Pero Enseen es quien me enseña cada día a ser mejor persona. Mi mujer es mi guía y jamás me apartaré de ella. No molestes más Ingrid y sal de nuestras vidas.
Enseen despertó medio llorando con una respiración entrecortada y silbeante. No sabía a cuál de las dos aristas aferrarse; las dos conducían a una dura caída.
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